miércoles, 9 de marzo de 2011

Adivíname

Te siento en cada esquina,
te huelo en mi sofá,
te pienso en cada estrella,
te añoro en cada madrugar.

Me quedo mirando al infinito
y dejo el tiempo pasar,
pensando en que, en algún lugar,
ojalá te pudiera alcanzar.

Despiertas en mí esos sentimientos
que nadie más puede vislumbrar;
me ves así como soy,
sin más adornos ni antifaz.

Me conoces como si fueras parte de mí... pero nunca estarás a mi lado. Tengo palabras y palabras para relatarte... pero no tengo el valor para hacértelas llegar. Sé que te eché de mi vida, sin un aviso de embargo, y ahora no tengo derecho ninguno a pedirte regresar.

Hay ciertos sentimientos, ciertas certezas, que tenemos tan dentro de nosotros, que no conseguimos desprendernos de ellos. Hay verdades tan auténticas que no somos capaces ni de gesticular. Simplemente me quedo quieta, me paralizo sin más.

Me gustaría que aunque no te hiciese ningún guillo, pudieras leer mi mente. Me gustaría que aunque no oyeras mis palabras, sintieras latir mi corazón. Me gustaría que me encontrases bajo esta maraña de hilos en la que me he escondido... y me enseñases de nuevo el sol.

Pero lo que más me gustaría es que me pudieses adivinar.

Léeme

En algún momento, tus intimidades dejan de ser algo que exponer y pasan a ser algo realmente tuyo, algo personal que prefieres no compartir. Entras entonces en un Juego de Mimos... expresando a través de tus miradas, gestos y actos, aquello que realmente llevas en el interior.

Pasas a ser un banco más de la colección del parque... de esos en los que los enamorados sólo se declaran en las películas; una farola de románticas calles nocturnas... de esas que se utilizan para cantar bajo la lluvia sólo en los musicales; una carta en tu mesilla de noche... de esas que sólo llegan a su destino en los libros.



Eres inerte, sientes inerte y piensas inerte. Nada de lo que puedas decir, ver u oír es de interés... porque has caído en tu vacío. Tú mismo has dejado pasar el tiempo y has olvidado que debías sembrar para recoger. Nacida de las nieves invernales de enero y viviendo en la nada anónima de la gran capital, tú misma has conseguido aquello que tanto anhelabas... la soledad.



Temiendo despertarte un día percatándote de que realmente a fuerza de decírtelo has conseguido perturbar tu mente, te encuentras en un mar sin salidas, en una colina enclaustrada o mismo en un paraíso envenenado.



No todo lo que deseamos es aquello que queremos. No todo lo que buscamos es lo que queremos conseguir. No todo lo que nos hace sonreír nos hace pasar un rato más agradable.